Es un paso peatonal que une las dos urbes. La subida se realiza en 90 minutos. Vecinos, ladrones y algunos ebrios realizan diariamente esta dura travesía.
Fueron 85 minutos intensos y por demás agotadores. El ascenso por las denominadas “mil gradas”, además de una experiencia muy agotadora, es un desafío diario para quienes hacen de estos peldaños empinados su único atajo.
Juan Arispe, junto a sus cuatro hijos, desciende las mil gradas hasta su casa. Rosa Colque hace una parada antes de llegar. |
No son mil, sino 916, los peldaños que conectan La Paz y El Alto, mediante un sendero zigzagueante y continuo que comienza en la zona de Alto Tejar y concluye en la Ceja, o viceversa.
Esta ruta, aunque llena de dificultades, es bastante transitada. Por ella caminan diariamente vecinos, escolares, delincuentes y borrachos, entre otros.
A partir de las 22:00, por lo general, el ambiente se torna peligroso en este lugar. “Aquí los ladrones aprovechan para robar, pero cuando escuchamos gritos (pidiendo ayuda) preferimos no salir”, cuenta Rosa Colque, una de las vecinas de la zona.
No obstante, los perros callejeros también son una amenaza, especialmente cuando llega la noche y amedrentan con fuertes ladridos a quienes circulan por esta vía. Por las tardes, en cambio, sólo duermen bajo el sol.
Esto lo saben quienes viven en las casas colindantes a estas gradas de cemento, bordeadas, en algunos tramos, con llamativas barandas amarillas y modernos postes de luz que disuelven la oscuridad.
Juan Arispe, otro vecino, indica que esta obra se entregó en 2002 y que antes subían ese mismo tramo por gradas precarias y largas colinas de tierra.
Sin que ello importara, Juan todavía cumple su rutina, llevando y recogiendo a sus cuatro hijos de un colegio en El Alto por el atajo, aunque no de principio a fin.
“Por aquí paso por lo menos dos veces al día y es muy agotador, sobre todo cuando cargo en mis hombros a alguno de mis hijos”, cuenta.
En los primeros 20 peldaños la respiración ya se agita. La única forma de combatir el cansancio es con cortas paradas para tomar aire, mientras un viento gélido y penetrante circula por el sector.
A mediodía el sol juega en contra. Al avanzar, la boca se seca. Los labios se agrietan. La vista se nubla' Imposible subestimar esta subida interminable.
Después de ascender 300 gradas, las piernas ya no responden. Sólo tiemblan. De repente invade el deseo de desertar, pero a la vez el de superar este desafío. Esta pendiente es un reto, una provocación personal.
No hay puntos de parada. Cada quien se sienta donde puede para descansar. Una vez que se ha iniciado la subida, no hay vuelta atrás. No hay rutas alternas a mitad del camino. Sólo viviendas, decenas de casas de adobe y ladrillo que rodean este sendero escalonado.
Esporádicas jardineras adornan este lugar. Margaritas blancas y amarillas fueron plantadas en espacios rectangulares, que no sobrepasan el metro cuadrado.
La mayoría están descuidadas. Algunas quedaron sin flores.
“A veces riego las que están cerca a mi casa -comenta Laura Soto- pero debería ser responsabilidad de todos los vecinos”.
Después de subir 850 gradas, con las fuerzas menguadas, la cima está cada vez más cerca. Ya casi se divisa el paso de personas y minibuses por la avenida principal alteña.
La altura comienza a afectar gradualmente. Llegando a El Alto el frío se intensifica y se dificulta la respiración, pues esta ciudad se encuentra a una altitud de 4.000 metros, lo que la convierte en la segunda más alta del mundo, después de La Rinconada, en Perú, que está a 5.200 metros sobre el nivel del mar.
A ese nivel ya se aprecia la inmensidad de la hoyada paceña, marcada por su texturas asimétricas de ladrillo y cemento, rodeadas de cerros verduzcos y nevados imponentes.
Desde este mirador improvisado se identifican, claramente, el Cementerio General, la zona de Alto Obrajes, Alto Tejar, Pampahasi, Miraflores, Achachicala y el casco viejo de la ciudad.
Nada más reconfortante que estar ante este irregular e infinito panorama. Es desde esa posición que el trayecto cobra sentido. Valió la pena el esfuerzo.
Con las piernas adormecidas, las rodillas adoloridas y la respiración entrecortada, sólo queda retomar la tareas, pues 66 gradas son insignificantes, dado el avance ya logrado. Ya en las últimas cinco, los muslos tiemblan incontrolablemente.
Sin embargo, con el último impulso llega la satisfacción de ver concluida una misión desafiante, para unos, aunque para otros es simplemente rutinaria.
Al pasar por las “mil gradas”
Servicios Casi al llegar a la Ceja de El Alto hay tres tiendas, un alojamiento y servicio de baño público para transeúntes.
Letreros En algunos postes cuelgan letreros que ofrecen servicios personales y también hay un anuncio pintado en la pared que advierte sanciones para quien bote basura.
Transporte El minibús 371 es el único medio de transporte público que llega hasta el inicio de las gradas, en la zona Alto Tejar.
Provisión En la tienda más cercana a la Ceja de El Alto se vende gas licuado, porque los vecinos no alcanzan a comprar garrafas llenas en la avenida.
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